¿Qué es el plagio? Definiciones, detectores y ejemplos famosos

A veces parece que nadie está a salvo del plagio. Desde Ricardo Piglia hasta Taylor Swift, pasando por Jeff Koons y George Harrison, prácticamente todos los artistas exitosos fueron acusados de plagiarios alguna vez. Y es un problema que no solo afecta a la música, el arte o la literatura. Desde la aparición de internet, el plagio se convirtió en una de las principales preocupaciones entre los profesores: en vez de producir, los alumnos copian. Antes, por lo menos, tenían que hacerlo a mano; hoy alcanza con apretar dos teclas. 

Sin embargo, a veces también es difícil determinar qué es plagio y qué no. ¿Cuál es el lugar de la influencia? ¿Hasta qué punto es válido “inspirarse” en el trabajo de otros? ¿Cómo determinamos ese límite? La mayoría de estas preguntas no tienen una única respuesta. El mundo del arte es muy diverso, y también muy rufián; hay quien dice que, si nos pusiéramos estrictos en materia de propiedad intelectual, nos quedaríamos sin muchas de las obras más influyentes de la historia. Ser artista, dicen algunos, es aprender a robar sin ser atrapado.

Afortunadamente, no tenemos que resolver todo eso ahora. En este artículo, nos vamos a quedar con los básicos: qué es el plagio, cómo detectarlo y algunos casos célebres.

¿Qué significa plagio?

Crimen: plagio. Definición (según la RAE): “copiar obras ajenas dándolas como propias”. El texto es muy corto, pero no por eso deja de ser problemático. Hay dos cuestiones que podríamos discutir. Por un lado, qué es precisamente copiar. Si Bob Dylan convierte una foto de León Busy en una pintura, ¿la está copiando o la está trasponiendo? ¿Son lo mismo una pintura y una foto? Por el otro, ¿qué significa “dar algo como propio”? 

El segundo punto no es menor. Gran parte de la obra de Sherrie Levine —conocida como “la reina del apropiacionismo”— consiste en fotos… de otras fotos. Probablemente su trabajo más conocido sea After Walker Evans, una serie de réplicas exactas de las conocidísimas fotos que Walker Evans tomó durante la década del treinta. El gesto de Levine pone en cuestión la idea de apropiación porque, al final del día, todo el mundo sabe que las fotos no son de ella; y exhibe también la zona gris en los derechos de autor surgida en el siglo XX, cuando la técnica empezó a permitir la reproducción perfecta de algunas obras. De cualquier forma, estos casos muestran cómo el significado del plagio no está del todo claro y cómo depende en gran medida del contexto. 

Cómo detectar plagios

Los docentes, profesores, editores y curadores se enfrentan permanentemente al desafío de descubrir los plagios. Un error en ese sentido puede derivar en escándalo. Afortunadamente, si bien es cierto que Internet hizo que copiar fuera más fácil que nunca, también es verdad que es muy sencillo encontrar herramientas online de detección de plagio. Acá listamos algunas de las más conocidas.

Plagium

Plagium es un detector de plagio online. Es muy sencillo de operar: solo hay que copiar en la ventana el texto sospechoso, que puede tener hasta mil caracteres. A partir de eso, el sitio arma una lista de sitios web con coincidencias parciales o totales. Es gratis, de uso ilimitado y muy confiable para ámbitos no estrictamente académicos. También hay una versión paga que permite revisar textos más largos y archivos PDF y ofrece la posibilidad de hacer una “búsqueda profunda”, que contrasta mejor las fuentes. 

DupliChecker

Este detector de plagio es muy parecido al Plagium. La mecánica es la misma: hay que copiar un texto de hasta mil caracteres en una ventana y apretar el botón que activa el programa. La diferencia es que la versión gratuita de DupliChecker permite buscar archivos y URLs y que tiene incorporada una función de chequeo gramatical. 

Quetext

Quetext es probablemente el detector de plagio con la interfaz más amigable de los tres. Es clara, explicativa y mucho más agradable a la vista que las demás. En su página web ofrece una sola búsqueda libre; para conseguir más, hay que registrarse. Lo malo: no permite subir archivos directamente. 

Casos famosos de plagio

En el mundo de la literatura, hay pocas cosas tan entretenidas como un buen juicio por plagio. Es de los pocos hechos culturales que sigue despertando indignación o que produce algo parecido al escándalo; dentro del mundillo literario, es probablemente la forma más jugosa del chisme. Y ocurre más frecuentemente de lo que parece; por eso, sería imposible recuperar todos los ejemplos. En vez de eso, preferimos rescatar algunos de los casos famosos de plagio más significativos de las últimas décadas. 

Alfredo Bryce Echenique

Bryce Echenique es probablemente uno de los escritores más exitosos de Perú. Ganó, entre otras cosas, una mención en el premio Casa de las Américas —por Un mundo para Julius, su novela más icónica— y un Premio Planeta. También es conocido por ser un profuso ensayista y articulista, cosa que lo ha llevado a publicar en muchas revistas y medios diferentes desperdigados en todo el mundo. Sin embargo, en el 2008, fue hallado culpable de plagio: dieciséis de sus artículos incluían copias textuales, sin atribución, de quince autores distintos. El escritor se defendió con todas las estrategias posibles, desde asegurar que los artículos se habían publicado sin su consentimiento, hasta echarle la culpa a su secretaria. Lo cierto es que, a pesar de que tuvo que pagar más de cincuenta mil dólares por plagiario, estas acusaciones no dañaron su carrera literaria: en el 2012 recibió igualmente un premio a la trayectoria en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, una de las más grandes de habla hispana. 

Manuel Vázquez Montalbán

Vázquez Montalbán es conocido sobre todo por sus novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho, pero lo cierto es que fue un escritor muy prolífico: publicó novelas de no ficción, artículos periodísticos, ensayos, obras de teatro y libros de poesía. También, como muchos otros escritores, se dedicó a la traducción. Y fue curiosamente ahí donde tuvo problemas: en 1990, un tribunal determinó que plagió una traducción de Julio César, de William Shakespeare, a Ángel Luis Pujante, un profesor de la Universidad de Murcia. El caso fue particularmente interesante porque sentó jurisprudencia en relación a la propiedad intelectual de los traductores sobre su propia obra. 

Jorge Bucay

Los periodistas y los traductores pueden ser plagiarios; los gurúes, aparentemente, también. En el 2003, Jorge Bucay, uno de los grandes best sellers de autoayuda de habla hispana, fue acusado de plagiar los textos de la filósofa española Mónica Cavallé. Este caso sería más o menos ordinario si no fuera por la escala: de las 270 páginas de Shimriti, casi 60 estaban copiadas textualmente de La sabiduría recobrada. Eso significaba que ¡más del 20% de la obra de Bucay era una copia!  

Jorge Luis Borges contra el mundo

Borges es de los autores que mejor aprovechó el límite difuso entre la intertextualidad y el plagio. Uno de sus cuentos más conocidos, “Pierre Menard autor del Quijote”, trata precisamente sobre un hombre que se dedica a reescribir el Quijote palabra por palabra. Para Borges, el cambio de contexto hace que la obra de Pierre Menard no sea necesariamente un robo y lo lleva a decir cosas como: “El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época”. Todo el cuento tiene un tono jocoso e irónico, pero el principio subyacente es una idea bastante poderosa: si el texto es el mismo, pero el contexto cambia, cambia también la forma en que lo leemos. 

Esa forma particular de concebir la literatura llevó a muchos escritores a revisitar la obra de Borges. Quizás los casos más conocidos sean los de Pablo Katchadjian y Agustín Fernández Mallo. En el 2009, el primero publicó, por cuenta propia y en una tirada de doscientos ejemplares, El Aleph engordado, una especie de versión extendida de uno de los cuentos más famosos de Borges (“El Aleph” tiene cuatro mil palabras; la versión de Katchadjian, cerca de diez mil). La obra era una especie de chiste en relación a la idea de autoría —nadie iba a creer que “El Aleph” era realmente un cuento de Katchadjian—, pero no le hizo ninguna gracia a María Kodama, albaceas de Borges, quien lo demandó por violación a la propiedad intelectual. Finalmente, en el 2021, después de ser defendido por casi todo el campo literario, Katchadjian ganó el juicio. El caso de Fernández Mallo fue bastante similar: en el 2011, publicó El hacedor (de Borges), remake, una especie de reversión de uno de los libros más famosos del argentino. En realidad, Fernández Mallo respetaba poco del texto original más que los títulos y reemplazaba todo el contenido con una interpretación personal, llena como siempre de links y referencias pop. Sin embargo, María Kodama consideró que plagió la obra de Borges y exigió a Alfaguara que retirara los ejemplares de circulación, cosa que hizo en muy poco tiempo. Hoy en día, el libro de Fernández Mallo es una especie de joya oculta, como esas estampillas falladas que tanto aprecian los coleccionistas.

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