Dicen que los consejos de escritura solo sirven para quienes los inventan, y puede ser que haya algo de verdad en eso. La literatura permite que haya obras muy distintas entre sí, y quizás por eso a veces parece que el talento de los escritores está sobre todo en potenciar sus manías. Después de todo, ¿quién más que Ernesto Sábato estaría dispuesto a quemar por la tarde las páginas escritas durante la mañana?
Algo parecido puede decirse, quizás, sobre las rutinas de escritura. A lo mejor a Hunter S. Thompson le funcionaba, pero podemos acordar en que desayunar whisky a las tres de la mañana —el principio de su día según su biógrafo, E. Jean Carroll— no es un hábito para todo el mundo. Sin embargo, a pesar de todo, algo parece ser constante: los escritores son animales rutinarios. Por eso acá reunimos algunas rutinas de escritores famosos que pueden servirte como ejemplo (o quizás lo contrario).
Virginia Woolf
Virginia Woolf es una de las escritoras que más tiempo le dedicó a reflexionar sobre el hábito de la escritura. Su ensayo Un cuarto propio, quizás su texto más conocido, trata justamente sobre eso: para escribir, dice Woolf, hace falta una habitación donde poder refugiarse.
En sus diarios y cartas, además, describe una rutina bastante estructurada, que cambió poco a lo largo de los años. Se levantaba apenas después de las ocho, desayunaba con su marido —Leonard Woolf, también escritor— y trabajaba en sus textos de ficción entre las 9:30 y las 13, la hora del almuerzo. Después de eso, se dedicaba a su trabajo como periodista o a su correspondencia. Por las noches, leía o recibía invitados.
Ernest Hemingway
Hemingway es famoso por sus consejos para escribir, como por ejemplo empezar con una oración corta, o abandonar el texto cuando se sabe cómo va a continuar. Pero también era conocido por sus rígidos hábitos de escritura. En una entrevista con George Plimpton, contó que se despertaba cada mañana al amanecer, cuando el día estaba fresco y no había nadie para molestarlo. Entonces, escribía unas seis horas, a veces menos, hasta el mediodía. Lo difícil, decía, era esperar a la mañana siguiente.
Maya Angelou
Maya Angelou escribió poesía, ensayo y ¡siete autobiografías! Además, de alguna forma encontró tiempo para participar de varios musicales y obras de teatro, donde demostró sus habilidades como cantante y bailarina. Todo esto sin dejar de participar activamente en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.
Es esperable, entonces, que una persona tan polifacética tuviera una rutina particular. Aparentemente Angelou salía de su casa todos los días a las seis de la mañana; a las seis y media, ya estaba acostada en una habitación de hotel, que mantenía alquilada específicamente para trabajar. El cuarto estaba totalmente vacío, sin decoración, y ella escribía a mano, recostada en la cama. Un detalle: nunca permitía que la gente del hotel cambiara las sábanas.
César Aira
César Aira lleva publicadas alrededor de cien novelas. Trabaja al ritmo frenético de dos o tres libros por año; ayuda, por supuesto, que el autor argentino sea famoso por nunca corregir sus textos. En una época era común verlo escribiendo a mano en el Pumper Nic de Flores, en Buenos Aires, pero desde su cierre trabaja en los alrededores de la estación de tren. Todos los días se levanta, sale a caminar y escribe poco más de media hora. Como sus tramas están bastante delimitadas desde un principio, no necesita más que eso: un par de páginas por día, que nunca serán revisadas por su autor.
Honoré de Balzac
Balzac fue otro autor prolífico: en sus cincuenta años de vida publicó unas noventa novelas, muchas de las cuales integraron su famoso ciclo La comedia humana. A su vez, es sabido que parte de esa productividad furiosa fue impulsada por sus hábitos extravagantes, que lo llevaban a acumular deudas una y otra vez (a pesar de ganar buen dinero con sus libros).
Su rutina de escritura llegó a ser tan frenética que afectó su salud, y fue quizás en parte responsable de su vida tan breve. Balzac se iba a dormir a las seis o siete de la noche y se despertaba a la una de la mañana. Trabajaba hasta las ocho y después dormía una siesta de hora y media. Entonces comía algo —¿almuerzo? ¿desayuno? Imposible darle nombre— y volvía a trabajar hasta las cuatro de la tarde. Ese era el momento de tomar un baño, salir o recibir invitados; después volvía a la cama. En el proceso, el francés podía llegar a tomar ¡cincuenta tazas de café!
Franz Kafka
Kafka fue de los pocos autores en esta lista que nunca vivió de su literatura. Eso significa que, durante la mayor parte de su vida, tuvo que sostener algún trabajo de oficina; y su rutina, por supuesto, fue variando de acuerdo a eso. En la biografía de Louis Begley, destaca la que sostenía mientras estaba empleado en un instituto de seguros, donde tenía un turno de 8:30 a 14:30. Después del trabajo, Kafka almorzaba y tomaba una siesta de casi cuatro horas; al despertar, hacía algunos ejercicios antes de la cena familiar. Su escritura empezaba a las once de la noche: primero una hora de correspondencia y trabajo en el diario (por lo menos), y después su ficción, que podía mantenerlo despierto hasta las tres de la mañana.
Haruki Murakami
Haruki Murakami no solo es de los autores más famosos del mundo: también es un fanático del ejercicio. Incluso llegó a correr una ultramaratón de ¡cien kilómetros! En una entrevista con John Wry, comentó que su entrenamiento y su escritura forman parte de la misma rutina. Murakami se levanta a las cuatro de la mañana y trabaja durante cinco o seis horas. A la tarde, corre diez kilómetros o nada mil quinientos metros (a veces ambas); después lee un poco o escucha música. Se duerme temprano, a las nueve de la noche.
Ursula K. Le Guin
En una de las entrevistas que componen el libro Ursula K. Le Guin. The Last Interview, la escritora norteamericana comentó su rutina. Empezaba a las cinco y media, cuando se despertaba, y continuaba con un desayuno (grande) a las seis y cuarto. Entre las siete y cuarto y el mediodía era la hora de escribir. Después del almuerzo, y hasta las tres, lectura y música; entre las tres y las cinco, correspondencia y tareas del hogar. Hacer la cena y comerla ocupaba todo el tiempo entre las cinco y las ocho. Y después de las ocho, decía la genial Le Guin, “tiendo a ser muy tonta y no voy a hablar del tema”.
Rutinas de trabajo
Se podría decir que no existe una única forma de sentarse a escribir. Cada escritor encuentra el ritmo que mejor le va: algunos prefieren levantarse a la una de la mañana, como Balzac, y otros no se acuestan hasta las tres, como Kafka. Lo importante, lo único que parece repetirse en todas esas rutinas, es la constancia. La escritura es una tarea que ocupa tiempo, y perfeccionarse en ella requiere de dedicación, casi como si fuera una disciplina deportiva (si no, pregúntenle a Murakami). Pero las horas necesarias para esa tarea pueden aparecer en cualquier momento del día.
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