La descripción es una parte fundamental de la narración. Sirve para darle ritmo, sustancia y clima; las descripciones no solo funcionan como un empujoncito a la imaginación del lector, sino que también nos permiten descansar de la trama. Además, construyen la atmósfera en la que sucede un relato; algo especialmente cierto para las descripciones espaciales.
Ninguna historia ocurre en el vacío, y ninguna historia se sostiene a partir de la acción permanente. La descripción es su punto de apoyo.
Sin embargo, muchas veces la descripción se vuelve más difícil de lo previsto. Seguramente, mientras leías algún texto, te encontraste alguna vez con espacios incomprensibles, que parecen pensados por Escher o Piranesi. A veces también ocurre lo contrario: descripciones largas y tediosas, demasiado detalladas, que no le aportan nada al texto. Por eso, para evitar esos problemas y contribuir al perfeccionamiento de tu escritura, en este artículo vamos a ver algunos ejemplos precisos de descripción de espacios de la mano de autores de todos los tiempos.
La descripción literaria
La descripción es un arte tan viejo como la narración. Ya en la Ilíada, un texto escrito hace más de dos mil quinientos años, hay un famoso fragmento dedicado a describir el escudo de Aquiles, en el canto XVIII. Son versos y versos dedicados a la magnífica obra de Hefesto. Es uno de los fragmentos más conocidos del texto, y también uno de los más hermosos.
Sin embargo, la descripción ha cambiado mucho desde los tiempos de Homero. Cada autor y cada escuela la adaptó a sus propios fines, lo que significa que no hay una sola forma de describir. Todo lo contrario: hay muchísimas. Y cada una de ellas produce un efecto y se corresponde con una forma de narrar.
Escritura creativa: ejemplos de descripción
Para entender las distintas maneras de describir espacios, no hay nada mejor que leer; en estos casos, la literatura sirve como una gran caja de herramientas. Cada género, cada época y cada estilo tiene sus propios trucos, y no hay autor que los use igual que otro. Por eso, para dar una idea de la amplitud de la descripción —y de ninguna manera para agotar sus posibilidades—, recogimos estos pequeños ejemplos:
Gustave Flaubert: la descripción realista
El realismo literario fue una de las corrientes estéticas más influyentes del siglo XIX. Practicado por autores como Balzac, Tolstoi o Dickens, se apoyaba fuertemente en la descripción. Si alguna vez agarraste La guerra y la paz, seguramente te encontraste con largos párrafos de minuciosa descripción. Este estilo se caracteriza por su exhaustividad, su objetividad, su minuciosidad y su amplitud. El narrador, casi siempre una tercera persona omnisciente, suele recorrer grandes paisajes llenos de gente, y los describe con lentitud y detalle, como haría un traveling cinematográfico (aunque décadas antes de la invención del cine, claro). Algo así ocurre en la famosa escena de la feria de Madame Bovary:
El prado empezaba a llenarse, y las amas de casa tropezaban con sus grandes paraguas, sus cestos y sus chiquillos. A menudo había que apartarse delante de una larga fila de campesinas, criadas, con medias azules, zapatos bajos, sortijas de plata, y que olían a leche cuando se pasaba al lado de ellas. Caminaban cogidas de la mano, y se extendían a todo lo largo de la pradera, desde la línea de los álamos temblones hasta la tienda del banquete. Pero era el momento del concurso, y los agricultores, unos detrás de otros, entraban en una especie de hipódromo formado por una larga cuerda sostenida por unos palos.
Allí estaban los animales, con la cabeza vuelta hacia la cuerda, y alineando confusamente sus grupas desiguales. Había cerdos adormilados que hundían en la tierra sus hocicos; terneros que mugían; ovejas que balaban; las vacas, con una pata doblada, descansaban su panza sobre la hierba, y rumiando lentamente abrían y cerraban sus pesados párpados a causa de las moscas que zumbaban a su alrededor. Unos carreteros remangados sostenían por el ronzal caballos sementales encabritados que relinchaban con todas sus fuerzas hacia donde estaban las yeguas. Estas permanecían sosegadas, alargando la cabeza y con las crines colgando, mientras que sus potros descansaban a su sombra o iban a mamar; y de vez en cuando, y sobre la larga ondulación de todos estos cuerpos amontonados, se veía alzarse el viento, como una ola, alguna crin blanca, o sobresalir unos cuernos puntiagudos, y cabezas de hombres que corrían. En lugar aparte, fuera del vallado, cien pasos más lejos, había un gran toro negro con bozal que llevaba un anillo de hierro en el morro, tan inmóvil como un animal de bronce. Un niño andrajoso lo sostenía por una cuerda.
Edgar Allen Poe: la descripción siniestra
La mayoría de las formas de describir son menos objetivas que la realista. Autores como Poe, por ejemplo, están más preocupados por producir un efecto sobre sus lectores —miedo, repugnancia, inquietud— que por adecuarse a la realidad. Y por eso sus descripciones se cargan de adjetivos y se llenan de comparaciones, metáforas y asociaciones funestas, como en “La caída de la Casa Usher”:
Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semiagradables por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible. Miré el escenario que tenía delante —la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados— con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime.
Felisberto Hernández: la descripción extraña
El siglo XX trajo muchas novedades en materia de descripción. Una de las más particulares fue un estilo profundamente extrañado, casi alienígena, como el que recorre los textos de Felisberto Hernández. Quizás su recurso más característico sea personificar a los objetos y cargarlos de intenciones y emociones, como si estuviera en el palacio de La bella y la bestia. Eso produce una sensación inquietante, que va muy bien con sus relatos extraños y desconcertantes. Algo así ocurre en su cuento “El balcón”, que narra la historia de amor entre una mujer y su balcón de invierno:
El comedor estaba en un nivel más bajo que la calle y a través de pequeñas ventanas enrejadas se veían los pies y las piernas de los que pasaban por la vereda. La luz, no bien salía de una pantalla verde, ya daba sobre un mantel blanco; allí se había reunido, como para una fiesta de recuerdos, los viejos objetos de la familia. Apenas nos sentamos, los tres nos quedamos callados un momento; entonces todas las cosas que había en la mesa parecían formas preciosas del silencio. Empezaron a entrar en el mantel nuestros pares de manos: ellas parecían habitantes naturales de la mesa. Yo no podía dejar de pensar en la vida de las manos. Haría muchos años, unas manos habían obligado a estos objetos de la mesa a tener una forma. Después de mucho andar ellos encontrarían colocación en algún aparador. Estos seres de la vajilla tendrían que servir a toda clase de manos. Cualquiera de ellas echaría los alimentos en las caras lisas y brillosas de los platos; obligarían a las jarras a llenar y a volcar sus caderas; y a los cubiertos, a hundirse en la carne, a deshacerla y a llevar los pedazos a la boca. Por último los seres de la vajilla eran bañados, secados y conducidos a sus pequeñas habitaciones. Algunos de estos seres podrían sobrevivir a muchas parejas de manos; algunas de ellas serían buenas con ellos, los amarían y los llenarían de recuerdos, pero ellos tendrían que seguir viviendo en silencio.
Silvina Ocampo: la descripción poética
Algunos autores prefieren describir usando los recursos de la poesía; buscan producir imágenes bellas, y para eso recurren a metáforas y comparaciones imprecisas y evocativas, con un estilo marcadamente subjetivo. De alguna manera, sirven para transmitir las emociones del narrador sin nombrarlas directamente, algo que va muy bien con relatos íntimos, marcados por la subjetividad de los personajes. Silvina Ocampo, que además de escribir grandes cuentos fue una reconocida poeta, hace esto en “Cielo de claraboyas”:
La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.
Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de visita. Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra casa misteriosa en donde se veía vivir a través de los vidrios una familia de pies aureolados como santos. Leves sombras subían sobre el resto de los cuerpos dueños de aquellos pies, sombras achatadas como las manos vistas a través del agua de un baño. Había dos pies chiquitos, y tres pares de pies grandes, dos con tacos altos y finos de pasos cortos. Viajaban baúles con ruido de tormenta, pero la familia no viajaba nunca y seguía sentada en el mismo cuarto desnudo, desplegando diarios con músicas que brotaban incesantes de una pianola que se atrancaba siempre en la misma nota. De tarde en tarde, había voces que rebotaban como pelotas sobre el piso de abajo y se acallaban contra la alfombra.

Raymond Carver: la descripción ascética
No todas las descripciones son floreadas y cargadas de recursos. El minimalismo también es una opción. Raymond Carver, como otros autores del llamado “realismo sucio”, prefiere mantenerla en el mínimo indispensable, limpiando sus textos de adjetivos, comparaciones y metáforas. Los objetos y los espacios aparecen a medida que los personajes los encuentran; pocas veces hay descripciones independientes en párrafos apartados de la acción. El efecto es descarnado y en algún punto contenido, cosa que se condice con el estilo de sus narraciones, como en “Vecinos”:
Bill respiró profundamente al entrar en el apartamento de los Stone. El aire ya estaba denso y era vagamente dulce. El reloj en forma de sol sobre la televisión indicaba las ocho y media. Recordó cuando Harriet había vuelto a casa con el reloj; cómo había venido a su casa para mostrárselo a Arlene meciendo la caja de latón en sus brazos y hablándole a través del papel del envoltorio como si se tratase de un bebé.
Kitty se restregó la cara con sus zapatillas y después rodó en su costado pero saltó rápidamente al moverse Bill a la cocina y seleccionar del reluciente escurridero una de las latas colocadas. Dejando a la gata con su comida se dirigió al baño. Se miró en el espejo y a continuación cerró los ojos y volvió a mirarse. Abrió el armarito de las medicinas. Encontró un frasco con pastillas y leyó la etiqueta: Harriet Stone. Una al día según las instrucciones, y se la metió en el bolsillo. Regresó a la cocina, sacó una jarra de agua y volvió al salón. Terminó de regar, puso la jarra en la alfombra y abrió el aparador donde guardaban el licor. Del fondo sacó la botella de Chivas Regal. Bebió dos veces de la botella, se limpió los labios con la manga y volvió a ponerla en el aparador.
Cómo describir espacios: ejercicios de escritura creativa
La descripción es una técnica y, como cualquier técnica, se perfecciona con la práctica. Hay muchos ejercicios que pueden ayudar a dominar las distintas formas de descripción.
- Ejercicio 1: imitación y estilo propio. Un primer ejercicio que proponemos para mejorar tu escritura descriptiva es tomar dos de los autores que mencionamos más arriba y describir el mismo espacio imitando sus estilos. ¡Vas a ver cómo cambia la descripción según cada uno! Luego, en una tercera descripción podrías plantear cuál te gustaría que sea tu estilo personal: ¿es más poético o más minimalista? ¿Evoca emociones? ¿Usa metáforas?
- Ejercicio 2: cinco sentidos. Otro buen ejercicio para hacer mejores descripciones de espacios y objetos es no centrarse únicamente en lo visual, sino tratar de evocar los otros sentidos. Por ejemplo, si queremos describir una habitación, más allá de los colores de las paredes y el nivel de luz, podemos hablar del olor a humedad, de la textura del suelo o del sonido de una gotera en una habitación contigua.
- Ejercicio 3: tres efectos. Finalmente, podemos describir un mismo espacio desde distintas perspectivas, buscando producir distintos efectos. ¿Cómo describirías tu cuarto para generar miedo? ¿Y extrañeza? ¿Y alegría? El ejercicio consiste en describir el mismo espacio tres veces, buscando generar tres efectos completamente distinto. Cada estilo va a llevarte a usar ciertos recursos en particular, o a resaltar ciertos aspectos y no otros.
En general, a la hora de describir, lo mejor es hacerlo con intención y criterio. Largas parrafadas de descripción poética quedan fuera de lugar en una novela de acción; descripciones ascéticas pueden ser insuficientes para un cuento de terror. Lo importante es aprender a adaptar el estilo a las necesidades de cada texto. Con eso en mente, no vas a tener problema con tus descripciones espaciales.
Me gustó mucho. Interesante. Sintético, pero alcanza para dar la noción que pienso, se buscaba
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¡Muchas gracias por tu comentario, Claudia! Nos alegra que te haya servido.
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