Las primas, de Aurora Venturini, fue durante mucho tiempo un libro clandestino. Hasta que Tusquets lo reeditó en 2020, era una especie de secreto a voces: todo el mundo hablaba de la novela, pero para leerla había que conseguirla prestada (o robarla). Recién entonces uno descubría la historia de Yuna Riglos, una historia que incluye abandonos, asesinatos, violaciones, el aborto más famoso de la literatura argentina y mucho, mucho sentido del humor.
Las primas es tan tremendo como gracioso, y por eso es difícil de leer. Es incómodo. El lector se encuentra todo el tiempo riéndose de los hechos más terribles. Yuna Riglos, la narradora de la novela, dice que su relato es una “tragicomedia inmunda”, y ese término le va muy bien. El humor, la desgracia y la impudicia se mezclan sin problemas. Por eso tampoco es fácil hacer un resumen digno: sin contexto, cualquier cosa parece brutalidad.
Un intento: las cuatro primas que le dan nombre al libro —Carina, Petra, Betina y Yuna— llevan una vida aislada y predecible, rodeadas únicamente por mujeres. Todas tienen algún grado de discapacidad. Viven con sus madres, sus tías y sus empleadas, y hacen frente lo mejor que pueden al paso de la niñez a la adultez.
Todas sus desgracias —que son muchas— tienen que ver con la aparición de los hombres. No es casualidad que la novela empiece con las primeras menstruaciones de Yuna y Betina, que es el momento en el cual Yuna descubre la mirada masculina y los peligros del sexo. En algún punto, Las primas es una especie de anti novela de educación sentimental femenina; algo así como una anti-Mujercitas. El matrimonio no es el objetivo de una vida dedicada a la virtud, sino otra de tantas desgracias posibles. Por eso a Yuna Riglos le repugna todo lo que tenga que ver con la sexualidad. No por pudor o pacatería, sino por supervivencia: el sexo es algo que los hombres les hacen, la razón por la que las buscan y las destruyen.
En ese contexto hostil y amenazante, Yuna hace todo lo posible por sobrevivir. Ella tiene una ventaja sobre sus primas: aunque también tiene una discapacidad, la suya no se nota. Nadie se va a dar cuenta mientras mantenga la boca cerrada. Yuna es linda y además —y sobre todo— es talentosa. Pinta bien, y rápidamente, a través de la pintura, encuentra el éxito y la independencia.
Además escribe. Las primas tiene un estilo especial: las oraciones son largas y sin comas, con una sintaxis directa y limpia, y abundan las palabras raras, de diccionario. A lo largo del libro, Venturini nos hace conocer la voz de Yuna Riglos: una jerga cómplice de eufemismos y sobreentendidos donde “sábana” significa “alma” y “canelón” significa “feto”.
Las primas tiene una continuación, Las amigas, que Tusquets editó por primera vez en el 2020. Venturini no llegó a verla publicada: murió en el 2015 a los noventa y dos años, siete después de ganar el Premio Novela Nueva de Página 12 con Las primas. Algunos todavía se acuerdan de lo que dijo en la ceremonia que la rescató de un olvido injusto: “Por fin un jurado honesto”.