Traduttore, traditore (‘traductor, traidor’), dice un viejo y conocido refrán italiano. Y tiene algo de verdad. La intención, por supuesto, no es desprestigiar el trabajo muchas veces ingrato de los traductores, sino más bien lo contrario. Es una forma de expresar su dificultad. Reconoce que se enfrentan a un obstáculo insalvable —la diferencia entre las lenguas—, y que por eso, a veces, se ven obligados a faltarle el respeto al texto original.
Hay muchos ejemplos sencillos para ilustrar ese problema. Ni siquiera hace falta entrar en las palabras intraducibles, como ohrwurm (en alemán, ‘gusano de oreja’, es decir, una canción pegadiza) o gumusservi (palabra turca para referirse al reflejo de la luna en el agua). Hay ejemplos mínimos igual de complicados. En español, tenemos ‘pez’ y ‘pescado’; en inglés solo existe fish. Con esa diferencia tan sutil, traducir un manual de pesca del español al inglés se convierte en una tarea imposible. Sencillamente faltan palabras. Y eso obliga al traductor a tomarse ciertas libertades.
El problema es que a veces hay traductores que llevan esas libertades al extremo. No siempre es un capricho; a veces es una obligación causada por el texto original, a veces una cuestión de derechos, y a veces es una tarea artística en sí misma. Por eso, en este artículo reunimos algunas de las mejores traducciones traidoras de la literatura.
El problema de la traducción
Todos vimos alguna vez lo “creativos” que pueden ser los títulos en español de las películas norteamericanas. Eso muchas veces tiene que ver con una cuestión de derechos de autor. Para evitar problemas en el país donde van a circular, donde a lo mejor ya está registrada una película con un título parecido, la distribuidora usa un nombre alternativo; de esa forma Pulp Fiction se transforma en Tiempos violentos. Otras veces es una cuestión publicitaria: para enfatizar el carácter erótico de la película Julie Darling, algo muy vendedor en los primeros tiempos de la democracia sin censura, los distribuidores argentinos la renombraron como Déjala morir adentro.
Pero no solo la publicidad o el derecho generan problemas en las traducciones. Muchas veces el origen es plenamente lingüístico. La poesía, que se basa mucho en el sonido de las palabras, es famosa por ser intraducible. Walter Benjamin decía que no se puede traducir un poema; en todo caso se le hace un monumento. Después de todo, ¿cuál es la forma correcta de traducir una rima, o un juego de palabras, o un homófono? Muchas veces, los traductores tienen que elegir entre respetar el recurso o respetar el poema, porque puede ocurrir que mantener uno arruine al otro.
Algo parecido pasa con las narraciones vanguardistas, muy crípticas o directamente incomprensibles. Es imposible traducir lo que no se entiende; en todo caso, a veces, se puede recrear esa sensación, pero se corre el riesgo de dejar algo afuera. Y en realidad, el peligro es siempre ese: cualquier traducción es en algún punto una interpretación. Por eso muchas veces se dice, de forma un poco jocosa, que para traducir no es necesario conocer la lengua original, pero es imprescindible dominar la propia.
5 traducciones traidoras
Hay libros intraducibles, traductores caprichosos y contextos hostiles. A veces, las tres cosas se encuentran a la vez. Ese tipo de situaciones crea textos únicos y originales, que tienen valor en sí mismos; son libros imposibles y muchas veces graciosos, aunque no necesariamente muy legibles. Por eso, para rendirle homenaje a la tarea de esos traductores desbocados, reunimos acá 5 traducciones traidoras.
1. El secuestro, de Georges Perec

Perec publicó La disparition en 1969. Esa novela estaba muy a tono con Oulipo, el movimiento literario al que pertenecía, que buscaba explotar los juegos con el lenguaje y potenciar la experimentación verbal. Por eso, Perec escribió La disparition con una restricción casi absurda: no usar la letra “e”, la más común del francés.
Por supuesto, eso era un problema tremendo a la hora de traducirla. Sin embargo, en 1997, Marisol Arbués, Mercè Burrel, Marc Parayre, Hermes Salceda y Regina Vega publicaron una traducción por Anagrama, titulada El secuestro. ¿El detalle? Omitieron la letra “a”, la más común del español.
2. Ulises, de James Joyce

El Ulises, de James Joyce, es para muchos la novela en inglés más importante del siglo XX. Y es fácil entender por qué. Publicada en 1922, sus casi mil páginas son una especie de catálogo de innovación formal, y en algún punto contienen todos los recursos que después utilizaron otros escritores vanguardistas.
Sin embargo, ese mismo nivel de innovación formal lo hacía muy difícil de traducir. Quizás por eso la tarea quedó siempre en manos de personajes muy originales. La primera traducción al español, por ejemplo, fue de José Salas Subirat, un vendedor de seguros argentino que, según se dice, apenas hablaba inglés. Marcelo Zabaloy, el traductor de una de las versiones más recientes, es otro personaje curioso: no solo tradujo el Ulises, sino que también publicó una traducción alternativa llamada Odiseo. La diferencia es que para la segunda Zabaloy se impuso una restricción caprichosa y, a esta altura, no del todo extraña: su Odiseo no contiene la letra “a”.
3. Ferdydurke, de Witold Gombrowicz
Gombrowicz fue uno de los escritores polacos más influyentes del siglo XX. En 1939, mientras estaba en Argentina en un viaje de dos semanas, lo sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Alemania invadió Polonia, y Gombrowicz se encontró sin país al que volver. Por eso se quedó en Argentina. Al final, su viaje de dos semanas se convirtió en una estadía de 24 años.
En Argentina, Gombrowicz no contaba con el mismo prestigio ni los mismos recursos que en su país natal. Vivió en condiciones de extrema pobreza, a medias mantenido por compatriotas, amigos y admiradores. En ese contexto, un mecenas decidió financiar la traducción de su novela más reciente, Ferdydurke, una obra llena de juegos del lenguaje, neologismos y caprichos gramaticales. Pero no fue una traducción normal.
Para ese entonces, Gombrowicz ya hablaba algo de español, pero no lo dominaba. Necesitaba ayuda. Por eso, durante varios meses, un grupo de sus amigos —que incluía, por ejemplo, al gran escritor cubano Virgilio Piñera— se reunió en la confitería Rex. Ahí Gombrowicz leía su libro, escrito en polaco, y lo traducía oralmente al francés. Los políglotas del grupo traducían ese francés improvisado al español rioplatense, y todos —incluido Gombrowicz— opinaban y manoseaban esos fragmentos. El resultado final es una traducción grupal, lúdica, mediada y caprichosa, muy a juego con el tono irreverente de su literatura.
4. “Luba”, en “Homenaje a Roberto Arlt”, de Ricardo Piglia
Ricardo Piglia fue un escritor y crítico argentino. Sus obras, como la novela Respiración artificial, mezclaban ambas disciplinas, cosa que producía textos híbridos y persuasivos. “Homenaje a Roberto Arlt” es un gran ejemplo de esta técnica.
Ese cuento largo —o nouvelle corta— se presenta al principio como un estudio crítico. Piglia dice haber encontrado una serie de textos no publicados de Roberto Arlt; una historia no del todo inverosímil, considerando que Arlt era famoso, a la vez, por su prolificidad y su descuido. Entre esos textos están algunas cartas, el borrador de una novela, y un cuento entero, “Luba”, terminado poco antes de su muerte.
A medida que el texto avanza, va perdiendo su estilo técnico; hacia el final es directamente un relato, que cuenta el encuentro y el conflicto entre Piglia y un supuesto amigo de Arlt, Kostia. Finalmente, como apéndice, aparece “Luba”, un cuento que responde en todo sentido al estilo de Arlt: es un relato torturado, desprolijo y marginal, lleno de criminales y falsificadores. El problema es que “Luba” no es un cuento inédito de Arlt. Y tampoco es una creación original de Piglia. Es una traducción.
“Luba” es en realidad una traducción incompleta y levemente modificada de “Las tinieblas”, un relato largo del escritor ruso Leonid Andreiev. Es una falsificación, pero una falsificación verosímil, porque el cuento definitivamente parece arltiano. Con ese gesto, Piglia buscaba probar una intuición crítica: Arlt estaba muy influido por las traducciones de los autores rusos del siglo XIX. Y mientras tanto, se permitía hacer en su texto lo que Arlt hacía con su propia literatura: robar, traducir y falsificar.
5. La dama de las camelias, de Alexandre Dumas (hijo)

Alexandre Dumas fue uno de los grandes folletinistas de la Francia del siglo XIX. Sus obras más conocidas, como El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, son consideradas clásicos de la literatura mundial, y fueron traducidas a casi cien idiomas y adaptadas a más de doscientas películas.
Su hijo, del mismo nombre, también fue un novelista exitoso, aunque tuvo un desempeño menos espectacular que su padre (nada difícil, por otro lado). Su obra más conocida es La dama de las camelias, que después fue adaptada por Giuseppe Verdi para su ópera La traviata. También fue traducida a muchas lenguas en todo el mundo, incluyendo el chino. Pero esa fue una traducción especial.
Lin Shu fue el responsable, a fines del siglo XIX, de traducir La dama de las camelias. Él había dedicado muchos años a estudiar las crónicas confucianas y la literatura tradicional china; era uno de los grandes eruditos de su país. Pero tenía un problema: no sabía una sola palabra de francés.
Afortunadamente, contó con la ayuda de un amigo, Wang Shouchang, que había pasado años estudiando en Francia. Durante varios días, Shouchang leyó el original francés de la novela y lo tradujo al chino en voz alta. Mientras su amigo hablaba, Shu transcribía a su criterio esa traducción improvisada, a la que muchas veces le sacaba o le agregaba partes. Escribía en chino clásico, un estilo aristocrático y literario que ya estaba un poco pasado de moda y que se distanciaba bastante de la oralidad.
El resultado final fue un verdadero suceso literario. La novela se agotó en toda China, y Lin Shu se convirtió en traductor/escritor profesional; llegó a traducir cerca de 180 novelas en treinta años, incluyendo, por ejemplo, El Quijote. Para todos los casos usó intérpretes, que traducían en simultáneo lo que leían. Eso no afectó su calidad: muchos dicen que sus traducciones son mejores que los originales.